lunes, 16 de septiembre de 2013

El rastro de una lagrima.

EL RASTRO DE UN LÁGRIMA.

He seguido el camino de una lágrima dibujada en el rostro del atardecer, ya oscurece, esperamos a Felipe y a Ñoñó que fueron a pescar tilapias a la laguna de Manganagua, ha sido duro el día en el largo trajinar del hambre, la sequía  destruyó toda la cosecha y la peste mató a todas las gallinas, el monte achicharrado por el sol de julio resplandece con las primeras estrellas y nuestras miradas se pierden entre las sombras del anochecer a ver si vemos aparece a nuestros hermanos    por el camino real.
Nos preocupa su tardanza, además el hambre ya hace estragos en nuestros estómagos, en la cocina mamá mantiene el fuego encendido, papá aun no regresa del monte, anda cortando la leña para mañana preparar el horno, han sido largos todos estos días de hambre, no hay maquey, ni yambí,  el monte está desolado,  con esta prolongada sequía, hasta las aves escasean.
Desde aquí puedo ver el fuego de la cocina de Popó Candela, Negra su esposa debe estar haciendo la cena. Imagino a Miguela jugando con las sombras de la noche, más allá de las anacahuitas gemelas,  bajo los limoncillos florecidos de eternidad, de la tía Tatín. El orgullo nos impide ir a pedir  un poco de comida a las casas ajenas, preferimos morirnos de hambre, inmersos en nuestra soledad. Desde aquí escuchamos las canciones tristes de la vellonera del negocio de Andrés Longo, cierro los ojos y se me humedecen de estrellas.
No sabemos que horas es, pero presentimos la presencia cercana de nuestros hermanos, oteamos el horizonte, el viento nos trae su olor mezclado con el olor de los pescados, suspiramos tranquilos, ya podemos sentir sus pasos certeros en la oscuridad, silban, para decirnos que ya llegaron, viene felices, cargados de tilipias y jicoteas. En medio del patio nos abrazamos bajo el cielo infinito de estrellas, mamá sale y también los abraza, nos preparamos debajo de la mata de javey, para quitarles las escamas a los pescados, ellos apartan un poco para llevarlos a sus casas, son muchos no nos lo comeremos todos esta noche. Papá llega, sudoroso, con toda la oscuridad de la noche pegada en la piel, deja a Julia, libre, que se acerca hasta donde nosotros estamos, rebuzna y sacude la cabeza y la estruja contra nuestras espaldas, es su manera de decirnos, yo también estoy aquí, León ladra alegre, juguetea, salta,  nos lame las piernas y luego se acomoda en el suelo junto a nosotros.
Después de limpiar los pescados, buscamos un lugar en el patio donde encender una fogata y nos sentamos alrededor de ella, ya mamá hierve los pescados,  hace un cardo con sal, ajo y orégano, no hay nada más, pero será suficiente por el día de hoy, reímos, contamos historias, entonamos viejas canciones ancestrales, León nos mira con asombro y Julia descansa hasta que mi padre la lleve al lugar donde pasa la noche, cerca de la casa debajo de la mata de café cimarrón, ella y León son parte de la familia, después de comer, Felipe, se irá  dormir con la tía Aurora y Ñonó, se irá a donde Amantina, ella  lo crió desde muy pequeño. Más allá de la alambrada los grillos cantan incesante a las estrella.
Entre mis ojos cabe todo el universo, la noche huele a bosque seco, a luna llena y caldo de pescado, busco el calor de mis dos hermanos mayores, me siento entre  ellos y los miro con orgullo, ellos son  buenos pescadores y mejores cazadores,  un día seré como ellos y podré ir por el monte y  llegar más allá de los limites ancestrales y cazar la quimera, para entregarle a mis padres la felicidad eterna.
Mamá nos llama, es hora de comer, entramos a la casa, en la sala la llama de la lamparita jumeadora danza al compás del viento, por momentos parece que se apagará, para luego renacer de sus cenizas como un ave fénix,  está sabroso el caldo, sólo que la tilapias tienen muchas espinas hay que comerlas con sumo cuidado para que no se quede una en la garganta, es una pena que no apareció un coco para cocinarlas, nos quedan algunas tilapias para mañana y tres sabrosas  jicoteas, para los días siguientes, podremos invitar a otros vecinos  para  compartir  la comida.
Manuel, mí pequeño y solitario amigo hace rato se fue, tal vez con hambre, imagino que vive allá, muy lejos, donde se ve aquella lucecita distante, él nunca ha querido llevarme a su casa.
Ya comimos, es hora de dormir, Felipe y Ñonó se despiden entre abrazos y sueños y me dicen que mañana temprano me llevarán con ellos a las distantes regiones del norte, a cazar, que me prepare, que pasarán a las seis de la mañana por mí, cada uno toma el rumbo de su casa, me quedo en el patio hasta que se desvanecen en la oscuridad, miro al cielo y luego me voy a la cama tan feliz que el corazón no me cabe en el pecho, mañana por fin,  podré ir cazar.
Nosotros conocemos y amamos cada palmo de nuestra tierra, amamos al viento, las nubes, las aves, los árboles, los animales, las mariposas, la lluvia, la primavera que hace florecer al bosque,  cada camino tiene un  horizonte  que termina en nuestros sueños y en definitiva, nuestro amor por la madre tierra, es el amor por la vida, es el amor a Dios que lo ha creado todo tan perfecto.
Para mí lo más importante es que se acerca el día en que podré atravesar los límites ancestrales del monte y atrapar la quimera, para entregarles a mis padres la felicidad eterna.  
Mientras cierro los ojos, escucho los tambores lejanos que invitan para mañana en la noche a bailar en el patio de la abuela Mamá Tita, la danza de la lluvia para conjurar la sequía.

Domingo Acevedo.

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